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La gran mayoría de obras de ciencia ficción, space opera, y viajes espaciales, pintan al cosmos como un océano cubierto de estrellas, galaxias, nebulosas y mundos por explorar. A través de la ventana de la nave se observa un paisaje etéreo, un potencial sin límites lleno de un romanticismo con lo desconocido. El mismo cielo que nuestros antepasados miraban con anhelo.
Se construyen muchas analogías entre el viaje en barco y en nave espacial, después de todo ambas son naves, y el viaje por el mar requiere del profundo conocimiento de las constelaciones. Los viajeros se embarcan en sus estilizadas y aerodinámicas naves, empujados por las olas estelares viajando de planeta en planeta como si se trataran de islas. Los audaces cadetes espaciales, guerreros intergalácticos o exploradores temerarios se enfrentan a peligros como extraterrestres, lluvias de meteoros, agujeros negros y supernovas de la misma forma que los marineros contaban historias de monstruos marinos, sirenas, tormentas e islas paradisiacas. Tanto el mar como el espacio responden a una de las preguntas fundamentales del ser humano. El saber qué hay más allá de lo que vemos todos los días. Una búsqueda de algo más que la cotidianidad. Ya sean riquezas, edenes o simplemente por ser el primero en pisar mundos nuevos.
Como especie, tenemos poco tiempo explorando los mares, y mucho menos explorando el espacio. Con nuestra poca pero valiosa experiencia, sabemos que no hay extraterrestres, agujeros negros, o nebulosas en nuestro vecindario espacial. En nuestro sistema solar no encontramos más que una estrella, algunas rocas enormes danzando alrededor del sol, y millones de piedritas tan separadas unas de otras que prácticamente no están ahí. Entonces, ¿qué es lo que verdaderamente define al paisaje espacial? Si todas esas historias épicas no representan la realidad, ¿qué valor podemos encontrar en el espacio?
No hay nada que ver. Una vez alejados de la Tierra, el negro se apodera de las ventanas y el paisaje espacial aparece. Las naves no navegan entre nubes de polvo cósmico y los astronautas no deben preocuparse por meteoros. El universo es simplemente tan enorme, que es muy difícil chocar con algo tan pequeño.
El paisaje oceánico se caracteriza por la sal, las olas, y las tormentas. El sol que quema la piel, los largos días de viaje, las botas pisando la madera vieja, personas ganándose la vida en uno de los paisajes más aislados del planeta, acompañados de peces y una que otra ave.
Por otro lado, el espacio está desprovisto de sensaciones. La microgravedad, la falta de sensación de peso, es probablemente una de las características más atractivas del viaje espacial. El dormir suspendido en el aire suena como una de las formas más placenteras de dormir, de la cual no podemos disfrutar bajo el abrumador peso de nuestro planeta. La fragilidad también es relevante en el espacio. Centímetros de material que separan la fría y radioactiva oscuridad de la confortable pero claustrofóbica cabina de mando. También la fragilidad que implica saber que una delgada banda azul separa a toda la vida en la Tierra de un universo que es indiferente a nosotros. Y esa probablemente es una de las cualidades que definen al paisaje espacial. Si bien no hay mucho que ver en el espacio, el paisaje no solamente se refiere a lo que podemos ver o sentir. Las relaciones biológicas, sentimentales, filosóficas e ideológicas ayudan a construir el entorno, especialmente en ambientes tan carentes de estímulo. Nuestra relación con el espacio es más ideológica que física.
El espacio no nos provee de sustento. No podemos pescar o sembrar en el espacio, no hay nada que podamos consumir, nada que se parezca a nosotros. La Tierra es una burbujita que nos mantiene a salvo, y la madre naturaleza que nos protege de la oscuridad. La atmósfera es la barrera que separa la vida de la mortal oscuridad. Es imposible no sentir miedo o ansiedad al aventurarse hacia las estrellas. La incertidumbre, el caos, el estar en medio de un entorno que ningún ser vivo ha experimentado, nos impiden imaginar que alguien pudiera llevar una vida normal en el espacio. En cambio se convierte en el escenario favorito de la ciencia ficción y fantasía, donde ocurren aventuras, descubrimientos y guerras interplanetarias. Tal vez no podemos imaginar una vida tranquila y rutinaria en el espacio porque suena demasiado contradictorio. Debemos recordar que lo que nos permite llevar una vida normal en la Tierra es una masa de hidrógeno y helio en fusión termonuclear. Nuestro sol, una de las miles de millones de estrellas es una prueba de que el espacio y la naturaleza no son conceptos opuestos. Nos han servido de guía para entender los mecanismos que mueven al universo.
El espacio no tolera la mediocridad. Las reglas están escritas y las leyes de la física son inquebrantables. Los cohetes no se diseñaron de esa manera porque fue el favorito de los ingenieros, sino porque son la única forma que conocemos de ir allá arriba. La forma más eficiente y segura. No basta con sólo desear ir al espacio. A diferencia del mar, donde cualquier persona puede construir una balsa decente y aventurarse por el mar, viajar por el espacio implica colaboración, años de trabajo, fracasos, lecciones valiosas, y tenacidad. Es como si alguien o algo nos hubiera puesto un reto para alcanzar el infinito.
Viajar al espacio implica cargar con una mini-tierra: Oxígeno, comida, recreación, comunicación y energía. No hay paradas de descanso o a quién pedir ayuda. Es una desolación tan grande y un encierro tan prolongado que puede hacer enloquecer a quien no está preparado. Así como los primeros viajes hacia tierras desconocidas, existe un gran riesgo en una época tan temprana. Nos enorgullecemos de nuestros avances, nuestra tecnología y nuestros hallazgos que probablemente se volverán obsoletos en unas cuantas décadas.
El viaje espacial, con el peso de sus dificultades implica también adelantos tecnológicos, producto de la obsesión con el futuro durante buena parte del siglo XX. El futuro entonces, está íntimamente relacionado con el paisaje espacial, con la búsqueda de nuevos horizontes a través del espacio y el tiempo. Si quieres que tu historia ocurra en el futuro, el espacio es un escenario que no puedes descartar. Es tan fuerte la relación entre la tecnología y el cosmos, que pocas historias de ciencia ficción se atreven pensar en un futuro donde el viaje espacial es cotidiano, incluso aburrido, como lo puede ser un viaje en tren o avión.
¿Será posible vivir una vida tranquila en el espacio? O es el futuro y la obsesión con lo nuevo una característica que define a este entorno. Los desiertos eran lugares salvajes, desoladores y llenos de aventura hasta que se construyeron vías ferroviarias, Los océanos llenos de peligro hasta que se circunnavegó el planeta. Hoy, nuestra tecnología apenas nos permite aventurarnos más allá de la atmósfera, e indudablemente creamos un lazo entre la tecnología y el espacio. ¿Algún día se vendrá abajo esta concepción? ¿Será algún día el paisaje espacial algo tan pastoral como una granja?
El espacio ha sido una de esas cosas que mueven a artistas, exploradores y filósofos. Hemos puesto nuestros héroes en las constelaciones, así como nuestros sueños y temores. Es la razón por la que no miramos hacia abajo cuando nos hacemos preguntas más grandes que nosotros. El espacio es esa ventana que ha estado con nosotros toda nuestra vida, que nos ofrece una oportunidad para soñar con algo más grande que la humanidad. ¿De cuánto nos estamos perdiendo al no poder abandonar este planeta? ¿Cuántos pensamientos, ideas y poemas permanecen fuera de nuestro alcance porque no podemos ver la Tierra reducida a una pequeña esfera? ¿Qué gran revolución ocurrirá en la primera colonia marciana?
Más allá de enfrentarnos a lo desconocido, colonizar nuevos mundos y hacer descubrimientos, el paisaje espacial es un lugar donde mirar hacia adentro, replantearnos quiénes somos y hacia dónde vamos. Literalmente cambia nuestro punto de vista. No solamente viajamos para descubrir cosas nuevas, sino para descubrirnos a nosotros, reinventarnos como seres espaciales, capaces convertir los lugares más remotos e inhóspitos en un hogar. Y con suerte, en un lugar donde nacer, crecer, aprender, amar, y morir.
Lo que más me sorprende y apasiona no es el número de mundos que hemos explorado ni qué tan lejos o exóticos sean nuestros destinos en un futuro. Más bien, lo que hace al viaje espacial una aventura tan emocionante es el preguntarse qué tipo de sociedades, comunidades, arte, cultura, formas de vivir les espera a las primeras civilizaciones espaciales. Es un proyecto que apenas está comenzando y aun así, promete mucho.
Fotografías: NASA on The Commons